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Dialogando con el alma de Ramón Gaya

Anoche, en el Museo Ramón Gaya, estuvimos hablando un ratito con motivo de mi intervención dentro del ciclo 'Diálogos' coordinado por Victoria Clemente a la cual estaré eternamente agradecido por contar conmigo y abrirme al conocimiento de la figura de Gaya.

Realmente cuando me llamaron para participar me hizo mucha ilusión y no dudé un segundo en aceptar el proyecto emocionado, pero con la misma velocidad, cuando colgué el teléfono, me entró un pánico horroroso pues me dije: ¿qué podría yo decir del maestro?.

Con poco tiempo para preparar comencé a leer compulsivamente todo sobre su vida y obra, documentarme para no caer en el ridículo ya que aún siendo todo un Premio Nacional, no sabía nada más que algunos retazos que de vez en cuando escuchaba en conversaciones, alguna visita a su museo o había leído en algún libro o artículo.

¡Madre mía! estaba 'pegao'... ¿Quién era Gaya? La obra pictórica, el estilo artístico, todo eso era visible en el museo y aún así no encontraba una relación directa con mi forma de trabajar, él es sutil y transparente, todo bruma y mis imágenes son definidas y compactas, sólidas, técnicas prácticamente antagonistas, o sea que no veía la forma.

Pasaron unos días de incertidumbre sin encontrar el camino, pero conforme iba leyendo sobre su vida, su forma de afrontar la vida, sus inquietudes, más cercano me encontraba y más me identificaba con la persona, con Ramón. Concluí que mi gran cuestión era él y que por tanto debía estar en el diálogo, en la obra final.

Poco a poco me iba dando cuenta que a lo largo de su creación tenía una serie de referentes a los que siempre volvía: los grandes maestros. Su estudio, su observación eran fundamentales y sus homenajes fantásticos.

Pero había un elemento que era recurrente: su copa. Cada vez que repasaba sus cuadros para ver qué obra podría interpretar, me encontraba que cada cierto tiempo aparecía esa copa transparente y líquida como un pilar al que siempre volvía para tomar nuevo impulso, por lo que cuanto más avanzaba más claro me quedaba que en la obra tenía que estar aunque no sabía el por qué.

Finalmente, mirando fotos de Gaya, descubrí lo que tanto estaba buscando, lo que le unía a mi y a todos los demás creativos: la mirada. Pero no era una mirada intencionada, no, era esa mirada de la ausencia del éxtasis, esa mirada que te transporta al lado de la creación donde todo es posible y se desencadenan pasiones y emociones de manera única, preciosa. Esa mirada es vacía y ausente porque el alma del artista ya no está ahí sino en el mundo de los sueños.

Y automáticamente relacioné la copa con esa mirada, pues en alguna foto donde se le ve al maestro pintando observando ese cristal, su mirada se pierde en el infinito, siendo posiblemente el necesario camino, su camino, para encontrar el portal de su alma.

Estaba claro cual sería mi obra: Gaya mira ausente la copa que se disuelve en un universo infinito de magia, fantasía y emociones.

Pedro López Morales presentó el evento dando un repaso a mi trayectoria y a mi modo de dialogar con la obra elegida, acertando plenamente en aspectos de D.Ramón que en sintonía con mi trabajo ni siquiera yo era consciente. Él había retratado a sus amigos y yo lo estaba haciendo también con personas que en un momento dado me habían prestado su tiempo para escuchar lo que quería aportar... y curiosamente, todos ellos colaboraban con el Museo Ramón Gaya siendo mi conexión oculta con el maestro, por lo que incluir sus retratos me permitió dialogar no sólo con su obra, sino también con quienes son los guardianes de su legado.

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